El chubutense le dio una paliza al venezolano Jesús Vargas y ganó el título latino gallo versión FIB. A los 40 años sigue sorprendiendo.
por Walter Vargas
Omar Andrés Narváez se presentó en su provincia natal, le dio una paliza al venezolano Jesús Vargas y ganó el título latino gallo versión Federación Internacional de Boxeo, pero nada de eso es más relevante que dos valores que no se venden en las farmacias: sentido de lo profesional para entrenarse a conciencia y frescura de amateur para pelear a los 40 años como si en realidad tuviera 20.
Tales valores complementarios, que darían cuenta de un boxeador sensato que sabe dónde le aprieta el zapato y afronta el último tramo de su carrera con la responsabilidad que exige la hora, son en realidad una constante que hacen de Narváez un verdadero ejemplo, un ejemplo en la posibilidad más nutricia de la acepción: aquello que es susceptible de ser admirado y emulado por otros.
Conste que no aludimos a un ejemplo para la sociedad, dicho así, a gran escala; conste que no moralizamos, entendido como lo que separa las aguas del bien y del mal, de lo bueno y de lo malo, en todo caso nos limitamos a reponer lo que en Narvárez brota de forma espontánea, lo que debería ser lo más usual, lo más corriente entre los boxeadores profesionales y sin embargo escasea.
Asistimos tiempos de cracks de desinterés prematuro y pichones de cracks que se sienten a la vuelta de todo cuando en rigor todavía no han llegado ni a la esquina.
De ese indicador, entre otros, desde luego, se deduce la caída libre del boxeo argentino, en el alto nivel y en el mediano nivel, en casa, más o menos cerca de casa y más o menos lejos de casa: cantidad no equivale a calidad.
Pero también, todavía, y lo grato que sabe, está Narváez, a lo menos uno de los mejores campeones del mundo que ha sabido alumbrar la Argentina y a lo más, quién sabe, por cuanto aludimos a la biografía provisoria de quien aspira a recuperar el título supermosca o conquistar el título gallo y según ha advertido en ese empeño se propone dispensar sus energías durante 2016, es decir, el año de los 41 que cumplirá en octubre.
Es cierto, urge reponer el dato y el concepto, que el viernes en Puerto Madryn vapuleó a un adversario de tercera categoría, apenas una muestra gratis, y tampoco la más acreditada, de lo que se opondrá a sus propósitos conforme llegue la hora de las cruzadas mayores.
El venezolano Vargas se mostró como un novato con inocencias y vicios de amateur, demasiado endeble como para tener alguna chance ante un viejo zorro que además dispone de talento para empaquetar y exportar.
Dicho esto, no se revela menos urgente destacar el enorme valor de dominar, domesticar y vapulear a un joven 17 años menor, de mayor alcance de brazos y de mayor poderío en los golpes.
He ahí lo sorprendente de Narváez, lo asombroso y lo que al cabo contiene todo lo bueno que pueda decirse de él: da la sensación de que es más joven que los jóvenes a los que enfrenta en el ring, que es más joven que sí mismo, que es tan joven que cada vez que se calza los guantes vive el acontecimiento con un cosquilleo bautismal.
Desea volver a ser campeón del mundo: con fervor, lo desea.
A Narváez lo que es de Narváez: sus sudores, sus dones, sus devociones y sus ilusiones.
Télam.